Hace 5 años viajó a Europa para un respiro, conoció a la editora Pilar Reyes y decidió radicarse; las productoras lo buscan, pero es muy selectivo con los proyectos
Hoy, Víctor Mallarino despierta en Madrid, lejos de los reflectores que lo convirtieron en una de las figuras más importantes de la televisión colombiana. Vive en la tierra de su mamá, Ascensión de Madariaga del Olmo, en un entorno tranquilo donde puede caminar por la calle sin que lo detengan, tomar un café en cualquier esquina con su siempre amigo Daniel Samper Pizano, y jugar tenis. En España, encontró una cotidianidad que en Colombia le era imposible.
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Sin embargo, hay algo que lo sigue uniendo a su país natal. A pesar de haber dejado los sets y renunciado a una posición privilegiada dentro de la industria televisiva, las puertas en Colombia nunca se le cerraron. Al contrario, los canales lo siguen buscando. En 2024, RCN logró lo que parecía imposible: sacarlo de su “retiro” para participar en MasterChef Celebrity. Fue ahí donde muchos colombianos volvieron a verlo en una faceta mucho más cercana y espontánea. No ganó, pero su autenticidad, carisma y talento en la cocina hicieron que una nueva generación de televidentes lo conociera y lo admirara.
Pero su regreso fue breve. La vida ya se la había construido en el viejo continente, junto a Pilar Reyes, una bogotana que vive hace 17 años en Madrid, que ha hecho carrera como editorial de Alfaguara, el sello de Penguin Radom House y que, como él, valora la calma tanto como el intelecto. Juntos han cultivado una vida serena, alejada del bullicio del medio, pero plena.
Esa tranquilidad contrasta con los años agitados en los que Víctor Mallarino fue, sin exagerar, uno de los rostros y mentes más reconocidos de la televisión colombiana. Su historia en los medios no es solo de cámaras y reflectores, también es una historia de dirección, guion, presentación y entrega.
Su debut como director llegó en 1992 con Calamar, una producción que marcó el inicio de una carrera prolífica detrás de cámaras. No pasó mucho tiempo para que demostrara su capacidad de transitar entre géneros: del suspenso en Sangre de lobos, al drama y romance en La maldición del paraíso (1993), donde ya se intuía el sello narrativo que lo caracterizaría.
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A lo largo de los años, dirigió clásicos inolvidables como Café, con aroma de mujer (1994), Las ejecutivas (1996) y Pura sangre (2007), aunque el gran hito llegaría en 2016 con La ley del corazón, una telenovela que conquistó a miles de televidentes con sus historias legales, su guion sólido y sus personajes entrañables. Fue ahí donde su visión como director brilló con más fuerza, consolidando su lugar como uno de los creativos más respetados del país.
Pero Mallarino no se quedó solo en la dirección. También se dio el lujo de actuar. En 1999, se puso frente a las cámaras como Eduardo Carbonell en ¿Por qué diablos?, un personaje que le permitió mostrar su habilidad como actor de reparto. Aunque el reconocimiento masivo llegó con El inútil (2001), donde interpretó a Santiago Franco, el padre del protagonista, interpretado curiosamente por su propio hijo, Víctor Mallarino Jr. Su actuación fue tan impactante que se llevó el Premio India Catalina a Mejor Actor Antagónico en 2002.
Desde entonces, alternó entre dirección y actuación, dejando huella en series como La baby sister, Garzón, Celia, Cochina envidia y Vidas posibles. Incluso se atrevió con la presentación: en 2004 fue el primer conductor del reality El Desafío, junto a Margarita Rosa de Francisco, marcando el inicio de una nueva etapa para la televisión de competencia en Colombia.
Hoy, más reservado y lejos de los reflectores, Víctor Mallarino representa la figura del artista integral: el que dirigió, actuó, presentó y, sobre todo, contó historias. Su legado vive no solo en los créditos de las producciones más importantes de la televisión colombiana, sino también en la memoria de los espectadores que crecieron viéndolo y que aún esperan, con cierta nostalgia, que vuelva a escena.