¿Por qué Gustavo Petro no encarna los valores del Nobel de la Paz?

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El Premio Nobel de la Paz nació para reconocer a quienes con serenidad, coherencia y coraje logran unir a los pueblos, sanar heridas y proyectar esperanza. Gustavo Petro, sin embargo, parece convencido de merecerlo. Su ego, del tamaño de su déficit fiscal, lo lleva a imaginar que Oslo aplaudirá su “revolución moral”. Pero el Nobel premia hechos, no delirios.

A lo largo de su mandato, el presidente colombiano ha roto todos los principios que definen el galardón: fraternidad, ética, coherencia, serenidad y bienestar colectivo. Y ha hecho de Colombia un laboratorio del desconcierto político, económico y moral.

 El Nobel honra la coherencia; Petro celebra la contradicción

Los laureados del Nobel son personas, en su mayoría, a excepción de Juan Manuel Santos y otros, de una sola pieza: Mandela, Luther King, Malala,
Petro, en cambio, es un rompecabezas sin forma. Un día habla de amor cósmico, al siguiente de guerra económica. Predica la moral pública, pero su entorno se hunde en el pantano de la corrupción.

Su frase machista y misógina sobre “Una mujer libre hace lo que se le dé la gana con su clítoris y con su cerebro, y si sabe acompasarlo, será una gran mujer.” fue el retrato involuntario de su gobierno: una mezcla de misticismo, biología y desatino. Una metáfora de la improvisación y la vulgaridad

La coherencia, primer valor del Nobel, le resulta ajena.

 Ética pública: la moral que se evapora

El Nobel premia la ética, pero el gobierno Petro parece un manual de excepciones.
El caso de la UNGRD, con sus carrotanques sobrevalorados y contratos irregulares, simboliza el desorden moral de la administración.

A eso se suman las chuzadas del “nannygate” de Laura Sarabia, la confesión de Nicolás Petro sobre dineros de campaña, y la fuga de Carlos Ramón González, amigo del alma y operador político, que dejó el poder envuelto en sospechas sobre el manejo de información sensible, violación de topes de su campaña electoral, el Pacto de La Picota, el debilitamiento anímico y de recursos a la fuerza pública, la incertidumbre, etc.

La corrupción no es un accidente; es un sistema de lealtades.
Petro llegó prometiendo transparencia y terminó rodeado de corrupción. El Nobel busca faros morales; Petro vive ocultando y también apagando incendios éticos.

 Fraternidad entre los pueblos: diplomacia de barricada

La paz mundial no se construye con insultos ni con banderas ideológicas.
El Nobel de la Paz premia la fraternidad entre los pueblos, pero Petro convirtió la política exterior en un espectáculo personal.

Rompió relaciones con Israel, acusándolo de genocidio, mientras se abrazaba con Hamás y los Hutíes de Yemen, ambos patrocinados por Irán. Y con Maduro y Díaz-Canel. Mientras el mundo se esfuerza por reducir tensiones, Petro las exporta. El Nobel valora la prudencia; Petro, la provocación.

 Economía: del déficit al delirio

El Nobel también mira el bienestar de los pueblos, porque la paz sin prosperidad es una ilusión. Pero el gobierno Petro parece empeñado en demostrar lo contrario.
La economía creció solo 0,8% en 2024, la inversión extranjera cayó 16%, el déficit fiscal supera el 7.1 % del PIB y la inflación de alimentos golpea a los más pobres.

El presidente frenó la exploración de petróleo sin plan alterno, disparó la importación de gas y elevó el gasto público con subsidios insostenibles.
Habla de “transición energética justa”, pero los hechos muestran transición al desempleo.

El Nobel celebra a quienes crean futuro; Petro está hipotecando el presente.

La paz según Petro: diálogo sin resultados

Su bandera de “paz total” prometía reconciliar al país. Tres años después, el ELN sigue secuestrando, las disidencias de las FARC extorsionan y el narcotráfico está más vivo que nunca.
El Nobel distingue a los constructores de reconciliación; Petro parece más cómodo en el papel de agitador.

Descomposición institucional: el poder sin límites

Un Nobel representa equilibrio; Petro, pulsión de control. Su propuesta de una constituyente “popular” fuera de la Constitución muestra su desprecio por los límites del poder. Ha atacado al Congreso, a las Cortes y a los organismos de control, acusándolos de obstaculizar su “transformación histórica”.

Pero el Nobel no se entrega a quienes buscan poder total, sino a quienes lo contienen. La paz institucional no se logra reemplazando las leyes por caprichos.

 Comunicación oficial: del micrófono al martillo

El Nobel honra el diálogo sereno, no la propaganda.
Petro ha usado los medios estatales como amplificadores personales. Un abuso más. Desde RTVC hasta influenciadores contratados con fondos públicos, el mensaje es el mismo: adoración obligatoria.

Los periodistas que lo critican son “enemigos del cambio”. Pero sin prensa libre, la verdad se convierte en eslogan, y el poder pierde sentido.
Un Nobel escucha; Petro sermonea.

Lenguaje y liderazgo: poesía sin gestión

Las palabras también gobiernan, y las de Petro desgastan. Su discurso mezcla marxismo romántico, profecía climática y terapia de grupo.
Habla del “ejército de la humanidad”, del “fin del capitalismo” y del “amor universal”, mientras el país reclama gestión, no metafísica.
El Nobel valora la serenidad; Petro prefiere el dramatismo violento. Su oratoria no une, discrimina ; no inspira, confunde.

 Desencanto ciudadano: el fin del mito

La paz, al final, se mide en confianza. Y Petro ya no la tiene. Más del 70% de los colombianos desaprueba su gestión, los empresarios se alejan y los movimientos sociales se desilusionan.
El Nobel honra la esperanza colectiva; Petro ha sembrado corrupción, egolatría, improvisación, desinstitucionalización, inmoralidad y caos.

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