Bogotá aprendió a leer la hora con apellido suizo. A finales del siglo XIX, cuando por la capital transitaban los cachacos de abrigo de paño negro y sombrero de fieltro, un relojero de Neuchâtel desembarcó en Colombia con más arte que fortuna: Gustave Glauser Rubin. Traía en su equipaje engranajes, aceites. lupa, y la certeza de que había hecho la mejor elección entre Australia y Sudamérica para alejarse del servicio militar en Suiza, y que este país andino iba a necesitar relojes para marcar su modernidad.
Llegó a Medellín a casa de un paisano, pero ni el café ni negocios como el caucho llamaron su atención, y buscando otros destinos en el interior del país llegó al Huila donde conoció a su esposa, Dolores Yanguas Salazar, con quien se trasladó a Bogotá. En 1914 abrió la joyería con su apellido, que 111 años después sigue siendo símbolo de precisión suiza y lujo bogotano.
La primera vitrina de Glauser se exhibió en la esquina de la calle 12 con la carrera octava, en el corazón comercial de la capital republicana. Allí, entre sastres, sombrereros, telas y misceláneas importadas los Glauser comenzaron a vender los relojes que Gustave ensamblaba pieza a pieza y los marcaba con su nombre G Glauser en el tablero, y mientras reparaba empezaba a introducir la otra pasión que imprimiría su marca: las joyas.
Por sus contactos helvéticos, Gustave empezó a verder marcas de relojería suiza, la primera fue Mido, con la que él y sus descendientes han tenido una relación de más de cien años. Mido fue el regalo preferido para los jóvenes bogotanos cuando se graduaban de bachilleres por allá al comienzo de os sesenta, tan ligada a estado la historia de Glauser a la de Colombia.
Durante la Depresión de los 30 la confianza en la familia significó que fabricantes les enviaran relojes desde Suiza para que los pagaran “cuando pudieran”. Y durante el Bogotazo, Samuel el hijo y su hermano defendieron la joyería echando chorros de agua con una manguera para que la gente no entrara a saquear.
Cinco generaciones han forjado el Grupo Glauser. La primera del fundador, la segunda que consolidó el negocio; la tercera lo expandió; la cuarta lo convirtió en un gran grupo en distribución y servicio técnico, cuidando la relación con las grandes casas relojeras que confiaron a los Glauser su representación en Colombia.
Los relojes y los aretes
Para mediados del siglo XX, cuando Bogotá crecía hacia el norte, la joyería siguió a sus clientes. La tienda dejó de ser únicamente un mostrador de relojes para convertirse en escenario de anillos, aretes y collares que combinaban el oro colombiano con piedras preciosas. El apellido Glauser ya no solo era “hora exacta”. Gemólogas, talleres de servicio certificados y una relación cada vez más directa con los grupos relojeros de lujo.
En 1981 el grupo forjó Disuiza, la compañía distribuidora que aseguró para el país marcas que para entonces eran lujo: Omega, Longines, Rado, Mido, Tissot, entre otras. Màs tarde, al comienzo del 2000, lanzaron la marca Time Square para ofrecer productos más accesibles y vitrinas más abiertas, ante cambios en el mercado.
La expansión no fue una carrera, fue una curaduría. Glauser prefirió crecer con tiendas que duplicaran su promesa de origen: inventario serio, asesoría paciente y servicio técnico respaldado por fábrica. Hacia 2014 iban por su sexta joyería, y la marca se movía con naturalidad entre centros comerciales de alto tráfico y clientes que buscan piezas con historia. Ese año no solo contaba el número de vitrinas; contaba algo más invisible: la reputación de una “casa centenaria”.
La memoria de Glauser también es un mapa de Bogotá que se puede leer en las vitrinas: de la esquina de la calle 12 con carrera 8.ª al distrito norte, del Andino a otras arterias comerciales donde el lujo dejó de ser intimidante y se volvió aspiración alcanzable a cuotas. Hoy, además, la huella digital de la marca permite ver catálogos, pedir mantenimiento y reservar piezas sin pisar la tienda, sin traicionar el ritual del mostrador de madera donde aún se ajustan coronas y se microajustan eslabones. lo importante sigue ocurriendo a escala milimétrica.
Según el Mapa Nacional del Retail 2024, el Grupo Glauser (con las divisiones Disuiza y TSQ) reportó ingresos de $107.984 millones en 2023 consolidándose como la segunda fuerza en el mercado colombiano de relojería de lujo, detrás de Kronotime.
Los herederos
Contrarios a los avatares de las empresas familiares, Glauser es un caso exitoso. María Mercedes, Andrés, Patricia y Samuel son los bisnietos del fundador la cuarta generación decidda a preservar el legado hasta que la quinta generación asuma la tarea. El relato familiar, tiene la lógica de los oficios heredados. Hoy ellos encarnan esa continuidad. Samuel y Andrés profundizaron en la relojería María Mercedes en joyerìa y Patricia en mercadeo. La familia decide en consenso, sabiendo que en los negocios de tradición el apellido ayuda, pero no salva. Esa disciplina les ha permitido sobrevivir a devaluaciones, olas de importaciones baratas y crisis de seguridad que obligaron a diversificar puntos de venta.
La clave ha estado en la mezcla de paciencia y criterio. Los Glauser supieron decir que no cuando la tentación de la moda rápida prometía márgenes inmediatos. Defendieron la posventa como parte del lujo —no un costo— y mantuvieron una relación de confianza con los conglomerados relojeros, esa que no se firma: se construye. Por eso siguen allí marcas históricas, de Omega a Tissot, y, cuando se trata de piezas de “super lujo”, la vitrina de Glauser ha sido, y es, puerta de entrada. Hoy Glauser formar parte de la red mundial de distribuidores oficiales Rolex, autorizados para vender y realizar el mantenimiento de esas piezas que parece n símbolo de poder y lujo en las muñecas de Shakira, Sofìa Vergara, Obama, John Kennedy o crean polémica por si Gustavo Petro lo usa.
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La quinta generación de los Glauser est´ conformada por siete jóvenes entre 20 y 30 años ,incluida Juliana, que ya está vinculada a la empresa e impulsa propuestas como colecciones de esmeraldas, siendo parte esencial de la renovación de la oferta de joyería con identidad colombiana. La conversación ya no es solo con los relojeros suizos y sus grandes federaciones; también con talladores y comerciantes de Muzo y Chivor. Ese equilibrio —lujo global, piedra local— explica que estén a un paso de cumplir 111 años con una mirada puesta en el mundo, pero con los pies en la Sabana.
Por eso su historia, que empezó con un suizo obstinado y una ciudad por conquistar, hoy es un capìtulo de la crónica empresarial de Bogotá, en la que se lee que el tiempo, bien cuidado, también es patrimonio.