A Petro le da por hacer chistes de los jóvenes que antes defendía

Del púlpito en X al stand up en consejos de ministros, Petro cambió a los Brayan de héroes urbanos a plaga nacional, entre risas y pena ajena

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De las madrugadas insomnes en las que Gustavo Petro trinaba entre un tomo de Marx y la pestaña abierta de Pornhub gay —la verdadera biblioteca digital del cambio— hemos pasado a un nuevo formato presidencial: el stand up comedy de los consejos de ministros. No contento con hacer de X su púlpito, ahora decidió enchufar directamente la lengua al cerebro y regalarnos un show en vivo, con ministros como teloneros y cámaras oficiales como público cautivo.

El plato fuerte de su rutina no fueron las reformas, ni la inflación, ni la salud pública; no. El centro de su guion fueron los Brayan, esos mártires urbanos que en otro tiempo fueron los héroes del “estallido social” y hoy son los villanos de las gráficas presidenciales.

Los Brayan: fruto de los adolescentes noventeros que bautizaban a sus hijos con nombres sacados de Beverly Hills 90210, convencidos de que la Brenda, el Dylan y el Brandon se mudarían al barrio a compartir cancha de micro o jugar “fuchi”. Décadas después, esos muchachos con pantalón a media nalga poblaron esquinas de Soacha, Pasto y Montería, por igual, convertidos en la primera línea de batalla y en la última fila del Icetex.

El mismo Petro que ayer los pintaba como revolucionarios, carne de primera línea; hoy son vampiros de barrio, culpables de embarazar media nación. Sospechosamente parecidos a los discursos de un cura en crisis de púlpito. Ayer los aplaudía por incendiar llantas, hoy los exhibe en prime time como plaga social.

Mientras tanto, la dignidad gubernamental también lleva el pantalón a media nalga. El Petro que en campaña agitaba banderas feministas hoy parece competir por el título de misógino del año. Las ministras caen como fichas de dominó y, cuando una sobrevive, es más como bastón que como voz: ahí está el canciller Rosa Yolanda, convertida en “el bastón humano”.

Y cuando se le ocurre nombrar mujeres, la jugada resulta tan fina como un trámite exprés en la Registraduría: Juliana Guerrero, la profesional universitaria de quince días, cuya hoja de vida parece un speed run de videojuego, ascendió al poder con un título igualmente exprés de la “Nueva San Marino”; La San José. Mientras, la exdirectora del ICBF Concha Baracaldo se quedaba cantando “la canción de la alegría” para sí misma, como si fuera número eliminado en “Yo me llamo”.

El Brayan, en cambio, no canta ni alegra: sigue esperando un subsidio que nunca llegó y una universidad gratuita que se quedó en PowerPoint. Lo único gratuito ha sido su caricatura presidencial: de héroe urbano a villano nacional.

El gobierno se descuelga como pantalón de Brayan: a media nalga, sin sostén, y con la dignidad hecha jirones. Porque al final, el Brayan ya es patrimonio intangible de la Nación: seguirá apareciendo en los censos del DANE y en el espacio institucional del ICBF, buscando hogar a las siete de la noche. Solo queda esperar que en veinte años sus hijos —llamados Gustavo o, peor, Gustavini, por cortesía del ancestro italiano— no terminen satanizados en horario prime, sino en las plataformas digitales del futuro.

Y así, entre chistes presidenciales y realidades desfondadas, se nos va derrumbando el tiempo de gobierno como se caen las mechas mal enrolladas de un Brayan en plena protesta. El show de stand up sigue, pero cada vez con menos risas y más pena ajena, como la naciente ABC (Asociación de Brayans de Colombia), que exigen al presidente no estigmatizarlos y, de paso, reclama un día festivo para celebrarlos. Un feriado extra para ellos… y otro regalito para FECODE, que aprovechará encantado para que sus profesores capen clases…

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