Se trataba de buscar una buena inversión para el experimentado administrador de empresas, el vallecaucano Camilo Giraldo, quien dejó su posición de gerente en una empresa de textil para montar sus restaurantes, y el camino, junto a un amigo que quería ser invesrioneta, se lo mostró su amigo Daniel Castaño, una paisa que se había traslado a Estados Unidos y llevaba 12 años trabajando como chef en Nueva York, sin pensar que así iba a nacer Grupo Gordo.
Y el matrimonio de recursos de inversión y buena conexión resultó más que exitoso, al punto que una década después de haber fundado el primero de los restaurantes, Emilia Romagna, que rebautizaron como Emilia Grace, tienen ya 31 restaurantes en Bogota con los que conformaron el Grupo Gordo.

Aunque nunca pensaron ser los gigantes que son hoy en día, la constante pregunta de proveedores sobre el nombre de su grupo, derivó en Grupo Gordo. El nombre fue dado por el perro de Daniel, que les cayó como anillo al dedo.
La fórmula es la misma: ubicar un buen chef especializado en alguna de las cocinas internacionales, buscar un local apropiado con una decoración que garantice un buen ambiente y una inyección de dinero suficiente para asegurar su funcionamiento mientras se posiciona.
Camilo Giraldo recuerda aquel día como un punto de giro: estaba frente a la idea de montar un restaurante cien por ciento italiano en Bogotá, con el sueño de competir en solemnidad, sabor y ambiente. Pero vivía con pocas certezas, pocos recursos y más instinto que proyección. No sabía aún que ese anhelo lo llevaba directo a cofundar uno de los grupos gastronómicos más creativos de la ciudad: Grupo Gordo.


Ese restaurante inicial fue llamado Emilia Romagna, en homenaje a la madre de Giraldo, Emilia, y también a la región italiana. Pero este no sería el único nombre ligado a su proyecto: detrás de Grupo Gordo están marcas como Julia Pizzería, Lorenzo el Griego, Lorenzo Gyros, Gordo (hamburguesas), Tomodachi (ramen), Renata, y Don Abel (comida mexicana) y Le Roi (francés).
Nacer en medio de sabores y ambiciones
Giraldo, vallecaucano que dejó la cortaba y su puesto como gerente en una importante empresa de textiles, con solo 26 años, amante de la cocina gracias a su mamá, quien tenía una casa de banquetes, y Daniel Castaño, este último con experiencia entre cocinas internacionales, un paisa que creció en una finca de Medellín, comiendo mangos, de donde pasó a países como Estados Unidos, donde estudió cocina y duró viviendo unos 12 años. se conocieron por el propósito común: crear algo distinto en Bogotá.
Castaño había trabajado con chefs reconocidos en Nueva York como Mario Batali. Giraldo, en contraste, era más emprendedor local, con hambre por convertir ideas en mesas reales, quien ya había abierto sus primeros restaurantes, guiado por su suego en ese entonces, Pablo Jaramillo. Su encuentro fue por recomendación de un amigo, una charla telefónica a la distancia, luego un vuelo, una reunión, y el primer restaurante que empezaron a planear en 2015.
Durante los años iniciales, el crecimiento fue constante, aunque solo estaban buscando seguir sus sueños, sin pensar en su gran crecimiento. Ya para 2019 contaban con cerca de 20 locales en Bogotá. La expansión era ambiciosa: proyectaban llegar también a Medellín. Pero en ese momento el mundo cambió. Primero, las protestas sociales de fin de año golpearon ventas, diciembre fue negro: “el peor mes que hemos tenido”, decían. Después llegó la pandemia.
La crisis que enfrentó el Grupo Gordo, adaptación y estrategia en cuarentena
Cuando el confinamiento obligó a cerrar restaurantes, Grupo Gordo estuvo en ese cruce dramático: ¿cerrar y esperar que pase, o tentar reinventarse? Eligieron la supervivencia activa. Casi la mitad de sus locales cerraron temporalmente. La nómina se redujo casi un 35 %. De cerca de 270 empleados, quedaron unos 170 manteniendo operaciones mínimas.
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Pero no bastaba esperar. Hicieron lo que muchos consideran locuras en ese momento: lanzaron accesorios con sus marcas (gorras, delantales), para generar flujo de caja. Regalaron bicicletas o buscar donaciones para que algunos de sus colaboradores pudieran hacer domicilios.
Abrieron locales que ya estaban proyectados, como en Cedritos o Gran Estación, incluso en medio de la tormenta. Lanzaron Don Abel Pollos, su propuesta mexicana, vendiendo pollos al estilo mexicano. En el primer fin de semana lograron vender alrededor de 120 unidades.


También se volcaron a la cocina oculta (dark kitchen), reactivando cocinas ocultas en puntos estratégicos para distribuir mediante delivery. Reinventaron menús pensando en transporte, empaques y sabores que resistieran el viaje. Reinventaron marcas que no estaban pensadas para domicilio: Renata, por ejemplo.
En paralelo, reforzaron su presencia digital: renovaron su página web, crearon mailing lists, presentaban historias en redes, promociones y contenidos más frecuentes. No es solo cocinar bien: es comunicar bien. Por esas fechas, la frase que más repetían Giraldo y compañía era: “si dejas de patalear, te hundes”. Y así siguieron: moviéndose, probando nuevos platos, alianzas digitales, nuevas estrategias de publicidad, con la esperanza de resistir y emerger.
Recuperar, expandir y mirar adelante
Hoy, Grupo Gordo ha retomado locales que habían cerrado y sigue expandiéndose. Según registros públicos, el grupo ya aglutina nueve marcas distintas y alrededor de 31 restaurantes en Bogotá. Además, han mantenido la expectativa de abrir dos locales nuevos en el norte de Bogotá para el cierre del año.
Lo significativo es que su crecimiento no busca cantidad por encima de calidad: quieren preservar la identidad de cada marca dentro del grupo. Que Emilia no sea un Julia disfrazado, que Tomodachi hable japonés, que Renata lleve el picante que la gente espera. Que cada marca conserve su alma dentro del conjunto.
Grupo Gordo, finalmente, no es solo un portafolio gastronómico. Es la historia de un emprendedor que vio lo que muchos no, que luchó con coherencia cuando todo parecía cerrar y que entendió que en el negocio de la comida importa tanto el sabor como la resiliencia. Camilo Giraldo y sus socios no nacieron en cocina, pero aprendieron a vivir allí: entre familias de marcas, platos reinventados y mesas que vuelven a llenarse.


Sú último gran restaurante fue Le Roi (El rey en francés), un lugar que busca homenajear a sus exsuegros, quienes apoyaron a Camilo en uno de sus momentos más difíciles. De hecho, su exnovia Nathalie, fue parte fundamental de los negocios de Giraldo, quien le prestó un dinero para que pudiera abrir su primer restaurante en 2001.
Este lugar que está ubicado en Chapinero, ofrece platos de las gastronomía de Francia, y tiene capacidad para unas 85 personas.
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