Democracia en decadencia y libertad de expresión

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Que la ‘Democracia’ está en decadencia es un hecho ya reconocido. No solo por la cantidad de países donde está siendo remplazada en mayor o menor forma por diferentes autoritarismos, sino porque los elementos que coincidieron para darle fortaleza han ido convirtiéndose en sus debilidades. Esto porque el sistema mismo electoral dejó de ser un pronunciamiento por quienes tienen capacidad de calificar una propuesta y respaldarla, y el voto se convirtió en un producto comercial tanto en el sentido de ser objeto de compraventa como en el de responder únicamente a campañas publicitarias como cualquier jabón.

Pero más que los cuestionamientos por los fenómenos de corrupción, de clientelismo, o incluso de tendencia al autoritarismo, el indicador que más se menciona para medir esa decadencia es la disminución de la libertad de prensa entendiendo que ésta es una limitación a la libertad de expresión y/o a la libertad de opinión.

Se ha asumido que es inherente a todo autoritarismo la represión contra esa libertad, y que es un recorte cuasi absoluto a los derechos del ciudadano.

Lo primero a destacar es que la libertad de expresión no es similar en cabeza de un medio de comunicación que en un Individuo. Es evidente que los efectos y en consecuencia la responsabilidad de quien la reivindica ante una audiencia de quienes son sus interlocutores directos no es igual para quien tiene la capacidad de una difusión masiva.

También es de tener en cuenta que el mayor poder o influencia, es decir esa capacidad de producir efectos en el comportamiento ciudadano es de lejos el de los medios de comunicación (más que el poder político o el económico).

Es posible considerar que la ‘decadencia de la democracia’ es causada por la forma en que los medios masivos manejan su poder

Desde tal punto de vista, es decir el de la mayor responsabilidad que tienen los medios masivos de comunicación por la conducta y la opinión ciudadana es posible considerar que la ‘decadencia de la democracia’ es causada por la forma que éstos manejan su poder.

Si el desprestigio de la Democracia es paralelo al de los medios de comunicación y si son éstos los que se autoasignan el poder de control sobre los poderes institucionales, estos no cumplen como se supone deberían.

Se repite mucho que tan culpable es el que peca por la paga como el que paga por pecar. Pero también es parte de los que pecan un poder superior a ambos que decide asignarse la función de controlar que esto no suceda y no lo logra.

Y lo que sucede es que la paga en forma de éxito profesional -en el caso del individuo- o el económico -en el caso de los dueños- son alicientes para caer en el pecado.

El crear escándalos, el convertir en folletines de prensa roja o amarilla para lograr resultados ‘profesionales’ o ‘empresariales’ tiene como efecto no solo desprestigiar a quien dice que controla, sino hacer vivir al receptor una falsa realidad, o más exactamente, una realidad acomodada.

Lo que vive el ciudadano es una competencia entre dos productos artificiales, peleando por cual se queda con su visión del mundo..

En política es esto un fenómeno natural y marcado entre cualquier gobierno y quien representa la oposición.

Lo grave es que, por esa condición de ser el mayor poder, los medios masivos son lo que marcan el tono de tal confrontación; y entre más poderosos son, más marcan el nivel de confrontación con quien intenta llamarlos a responder e identificarse con el interés general que si debe prevalecer y tener la posibilidad de limitar esa ‘libertad de e presion’ o ‘libertad de prensa’.

No solo el poder oficial o institucional es culpable de la ‘desdemocratización’ de un país, también lo es la forma en que la oposición ejerce su función; y con una tendencia a que entre más poderosa y más concentrada esté más polarizado y más violentos es el enfrentamiento.

Del mismo autor La historia de la humanidad desde la producción y distribución de su riqueza

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