Diego Trujillo, un galán de 65 años que esconde sus secretos entre la soledad, las cámaras y el teatro

Una de las primeras veces en que Diego Trujillo se dio cuenta de que era feliz en la más tranquila soledad fue en el viaje que hizo a Santa Marta completamente solo en su moto Honda XR 650L. Tenía 33 años. Era 1993. No fue un acto impulsivo, sino una búsqueda. Horas y horas de carretera le dieron tiempo para pensarse, para medir sus miedos y decidir su futuro.

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Durante años trató de ignorar su intranquilidad. Siguió trabajando, se casó, fue padre, y se convirtió en un arquitecto con estabilidad. Pero algo no encajaba. Algo no estaba bien. Se sintió atrapado en una rutina que no lo llenaba. La arquitectura, que había elegido por amor al arte, se le convirtió en una tarea mecánica. Y cuando la inconformidad creció, hizo lo que pocos se atreven: detenerlo todo.

Aquel viaje lo cambió todo. En Bogotá quedó la familia que había formado con Carolina Gnecco diez años atrás, con quien tuvo a Silvia y Pablo, sus dos hijos mayores. En la soledad de la ruta entendió que no podía seguir haciendo algo que no lo apasionaba. Cuando regresó tomó decisiones que marcaron el resto de su historia. Había pasado doce años levantando paredes y construyendo espacios, pero descubrió que la pasión que lo movía estaba en otro escenario, en uno con luces, cámaras y público así que dejó su carrera y se lanzó a la actuación. Su otra decisión fue separarse de su esposa y empezar el nuevo camino solo.

Diego Trujillo
Mascarada, una de las primeras producciones de televisión en la que participó Diego Trujillo, hace un poco más de 30 años.

Tal vez esa soledad que tanto defiende, con la que convive sin miedo y de la que habla sin culpa, viene de mucho antes. Viene desde que su papá, Juan Trujillo Martínez, abandonó el hogar que había formado con doña María Clara Dangond, cuando Diego tenía apenas cuatro años. Diego, el segundo de los cuatro, creció con sus hermanos Enrique, Margarita y Juan viendo cómo una mujer sola, con una mezcla de ternura y carácter, sacaba adelante a sus hijos.

A veces, dice, esa intimidad tiene un costo: lo vuelve neurótico, meticuloso, obsesionado con el orden. Por eso le cuesta tolerar el ruido y que las cosas no estén donde debe estar. Pero también le ha dado equilibrio, claridad y control sobre su tiempo, que es el poder que más valora.

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Diego Trujillo ha pasado 32 años frente a las cámaras, pero su historia no empieza en los sets de televisión. El teatro colegial fue su primera revelación. Se subió a un escenario en el colegio Gimnasio Moderno de donde se hizo bachiller. Entre aquellas bambalinas, tímido y nervioso, descubrió que algo lo estremeció: el placer de hablar a través de un personaje.

Diego TrujilloDiego Trujillo
Con sus tres hijos Pablo, Silvia y abajo Simón, todos ellos artistas

Cuando pudo engancharse en la televisión no bastó mucho tiempo para que los directores vieran en él un talento innato. Empezó en 1993 en la exitosa serie de Pies a Cabeza, de la desaparecida Cenpro Tv, que fundaron los sacerdotes jesuitas Rafael Balcera y Joaquín Sánchez y en la novela La Maldición del Paraíso, de JES, del fallecido Julio E. Sánchez Vanegas. Pero su primera gran consagración fue en 1998 en la novela Perro Amor, protagonizada por Julián Arango y Danna García, en la que interpretó el personaje de Gonzalo Cáceres, papel que le entregó su primera estatuilla Tv y Novelas como mejor actor de reparto.

Trujillo acostumbró a su público a estar en lo alto. Pobre Pablo (2001), Los Reyes (2006) y Dónde carajos está Umaña le entregaron otras distinciones más. Desde entonces su vida ha sido una mezcla de trabajo intenso y silencios buscados. En medio de su éxito actoral, en teatro, cine y televisión, Trujillo aprendió que su mejor compañía es él mismo. Que la soledad no tiene por qué ser triste ni vacía. Que puede ser una forma de libertad. Por eso, a los 63 años, sigue defendiendo su espacio personal. No huye del amor, pero tampoco lo necesita como salvavidas. Aunque lo tildan de casanova y soltero cotizado, ya tiene claro que la convivencia permanente no es para él. Diego Trujillo prefiere amar sin perder su independencia y compartir sin renunciar al silencio.

Controlar su tiempo se ha vuelto su mayor conquista. Después de tantos años de trabajo, busca levantarse tarde un martes, no hacer nada, salir a montar en moto, regresar cuando quiera. Esa libertad, dice, es su forma de poder. No necesita dominar a nadie, solo su propia rutina. Y por eso cuida tanto su espacio, su ritmo, su intimidad.

En esa calma también está su familia. Tiene tres hijos, todos artistas. Silvia, actriz y directora; Pablo, músico profesional; y Simón, carismático y mediático en redes, el menor, hijo también de la actriz Tatiana Rentería, con quien Diego compartió 5 años de convivencia. Ellos tres, dice, son su mayor orgullo y también su espejo. Los crio con presencia y afecto, aunque admite que los sobreprotegió. Fue un padre que compensó con atención las separaciones. Un hombre que trató de estar incluso desde la distancia.

Sus hijos lo ven como un tipo alegre, simpático, con humor. Pero en casa, detrás de la sonrisa, hay un hombre meticuloso, disciplinado, estructurado. No es de mal genio, pero tiene carácter y así formó a sus hijos. Le gusta tener todo en su sitio. Es la herencia del arquitecto que sigue vivo dentro de él.

Diego trujilloDiego trujillo
Sus dos gatos Renata y Marcel, son los seres con los que actualmente Diego Trujillo comparte su espacio, su casa y su soledad

De su padre, de quien prefiere no hablar, conserva más la ausencia que la memoria. Fue el ejemplo de lo que no quería ser: un hombre que se fue y no volvió. De su madre, María Clara Dangond, aprendió todo lo demás: la fortaleza, la disciplina, la capacidad de amar sin pedir nada. De ella tomó su ejemplo de independencia, su manera de enfrentar la vida solo, sin que eso signifique estar incompleto. Su mamá hoy tiene 93 años y siempre vivió en su decidida soledad, aunque no sola.

Y tal vez por eso es que él no le teme a envejecer solo. Tiene claro que no es algo que lo angustie. Creció viendo a su madre vivir así, con dignidad y serenidad, y sabe que también puede hacerlo. Si llega el momento en que necesite ayuda —dice con su carcajada ya muy conocida— contratará una enfermera. Hace ya más de 20 años entendió que la quietud en su casa no es símbolo de ausencias, sino tranquilidad, paz y la armonía que siempre ha buscado como ser. Además, es el espacio y el momento en el que lee, escribe, piensa, crea, construye a sus personajes y donde entiende sus propias contradicciones.

Diego Trujillo es el mismo hombre que un día viajó solo a Santa Marta y volvió con la vida desbaratada, pero resuelta. Es el mismo que cambió los planos por los libretos, las maquetas por los personajes. Es también el actor que sonríe en televisión y el hombre que disfruta de una única taza de café servida en su mesa, acompañado por sus gatos Renata y Marcel.

La soledad no lo define, pero lo completa. No es un refugio, es su forma de estar en el mundo. En ella encontró claridad, creatividad y equilibrio. Y aunque muchos no lo entienden, para Diego Trujillo la soledad no es vacío: es libertad.

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