Si midiéramos el mandato presidencial en Colombia en términos futbolísticos, Gustavo Petro acabó su primer tiempo. Hoy 7 de agosto se cumplen dos años exactos desde que el ex miembro del M-19, economista y destacado excongresista recibió la banda presidencial en la Plaza de Bolívar de manos de la senadora María José Pizarro –hija de Carlos Pizarro, líder asesinado de la guerrilla–.
Su discurso ese día, cargado de simbolismos, anunciaba lo que sería su mandato. Antes de dar sus palabras en la plaza a reventar de público y millones de colombianos a la expectativa, rompió el protocolo y le pidió a la Casa Militar de Presidencia que trajera inmediatamente la espalda de Bolívar que el M-19 había robado casi 50 años atrás y luego devolvieron cuando se desmovilizaron en 1990. 18 minutos después, la espada del libertador pasó en frente de varios jefes de Estado del mundo, entre ellos el Rey Felipe VI de España, quien no se puso de pie. Histórico.
Esa podría ser la palabra que define la llegada de Petro, el primer presidente de izquierda, al poder: histórica, con todos los aciertos y desaciertos, lo bueno y lo malo –y lo feo– que ha ocurrido en estos dos años. Quedan otros dos, 730 días exactamente, para que la historia juzgue si valió la pena su paso por la Casa de Nariño.
Por eso, EL COLOMBIANO hizo un balance general de este Gobierno hasta ahora, que terminará el 7 de agosto de 2026, y una evaluación de los grandes temas que preocupan el día a día de los colombianos y cómo el presidente Petro los ha enfrentado.
La promesa de cambio y su aterrizaje
Uno de los elementos que influyó la llegada de Petro a la Presidencia con más de 11,2 millones de votos fue un descontento generalizado de la ciudadanía por la clase política tradicional y sus prácticas. Después de las masivas movilizaciones de 2019 y 2021, con una pandemia de por medio, Petro logró encarnar esa inconformidad y traducirla en promesa de cambio. Pero una vez en el poder, esa promesa tuvo dos grandes retos: la estructura del Estado y un presidente con una personalidad como la suya.
Desde su paso por la Alcaldía de Bogotá (2012-2015), Petro tenía la mala fama de no ser un buen ejecutor y no saber liderar equipos. Algo de eso se ha extrapolado en la Presidencia, con el elemento adicional de que el sector público a nivel nacional tiene unas dinámicas, tiempos, oficinas y entidades en las que cualquier gobernante puede perderse si no hay una hoja de ruta clara. Desde el comienzo, el mandatario se enfrentó a retos administrativos, políticos y judiciales que alimentaron su perfil más ideológico, pero no pragmático.
Es innegable su conexión como presidente –y desde antes– con el pueblo: Petro es un político que siente genuino cariño y preocupación por las clases populares. Quizá por eso el poder, que lo ha definido como droga y veneno, le incomoda. En la Casa de Nariño, dice, se siente mucho frío y no solo en el clima. Eso genera que en sus discursos, salpicados de populismo, el mandatario le haga creer a la gente que él es apenas un instrumento del cambio –una espada, tal vez– que se enfrenta a los “monstruos” que son el Congreso, las altas cortes, las fuerzas militares, la prensa y la oposición. Y esos actores, necesarios en cualquier democracia, le muestran como espejos algunos de sus defectos: improvisación, impuntualidad y el anhelo constante de pasar la historia mientras la vida y los problemas de un país no se detienen. Y en eso, a grandes rasgos, se ha concentrado en dos años, a pesar de que sus apuestas son ambiciosas y ha obtenido buenos resultados en algunas iniciativas y sectores.
Las reformas sociales en el Congreso
El primer gran reto que el petrismo se planteó fue que para impulsar su programa en cuatro años debían cambiar el ordenamiento jurídico y normativo de varios sectores que han permanecido estáticos por años. Para esa tarea, realmente histórica, el Gobierno le propuso al Congreso y al país varias reformas de las cuales, dos años después, solo han prosperado dos: las reformas tributaria y pensional. Las otras, –salud, educación, agraria, justicia y laboral– se han hundido o siguen su trámite en el Legislativo.
Con la tributaria, aprobada en la luna de miel en el Congreso, –y con un avezado Roy Barreras liderando el Senado– el Gobierno obtuvo la gasolina para poner a andar sus programas en estos dos años, por lo menos. Y con la pensional se anotó un primer gol en ocaso del primer tiempo.
En resumen, la reforma pensional aprobada en junio pasado, sube el umbral de cotización a 2,3 salarios mínimos, es decir que quienes tengan menos ingresos solo podrán cotizar pensión en Colpensiones, el fondo público. Pero como en Colombia la informalidad laboral es tan alta –43% según datos recientes del DANE–, el Gobierno fue más allá y a través de esa reforma ahora le entrega a los adultos mayores sin pensión un subsidio de $225.000. La mayoría de esas personas, pudieron haber trabajado toda su vida, pero no tenían la posibilidad de cotizar pensión. Este Gobierno es el que más lejos ha llegado en pensar en esa población olvidada, aún con críticas sobre los flujos de los fondos privados que pasarán en esos montos obligatoriamente a una entidad del Gobierno con cuestionamientos.
Frente a las otras reformas, el Ejecutivo no ha podido aprobarlas, hasta ahora, pero no se ha quedado quieto, para bien o mal. La de la salud, por ejemplo, buscaba, en síntesis, cambiar la vocación de las EPS e implementar un modelo estatal que tuviera como principal bandera la medicina preventiva y eliminar la intermediación. En el papel, parecía que podría funcionar, pero con un sistema de salud que ya venía en crisis y la incapacidad del Gobierno en aterrizar ese tipo de propuestas –como con el modelo de salud de los maestros– la cura terminó peor que la enfermedad. Hoy el sistema está colapsado, según varios expertos, con EPS intervenidas, otras en proceso de liquidación y problemas en el suministro de algunos medicamentos y atención a pacientes de varias regiones del país. Aún así, el Gobierno insistirá en volver a presentar una reforma a la salud, a la que ya le salió competencia pues la oposición y partidos independientes también presentarán sus propios proyectos.
Frente a las otras reformas pendientes, el Ejecutivo sigue remando en el Congreso con una débil mayoría –aunque en Colombia, dicen, el partido más importante se llama Gobierno– y hasta propuso implementar la reforma agraria, por ejemplo, a través de un fast-track, uno de los “globos” que el mandatario ha impulsado.
De la Constituyente, el fast track y otros demonios
Una de las virtudes del presidente Petro es la elocuencia, pero en ocasiones traspasa la frontera a la demagogia. Así ha quedado demostrado con algunas propuestas calificadas por sus opositores como globos, cortinas de humo o caballos de Troya. Y es que el mandatario lanza frases sorpresivas en sus discursos que prenden las alarmas porque se trata de reformas al Estado o tocan temas sensibles como la reelección del mandato presidencial. Lo hizo a principios de este año, desde “Puerto Resistencia” en Cali, donde habló por primera vez de una constituyente: “Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente, Colombia no se tiene que arrodillar (sic)”, dijo.
Luego, con el pasar de los meses, Petro matizó su propuesta e introdujo variaciones teóricas: poder constituyente, asamblea nacional constituyente, constituyente primario, Constitución. Cambiar la Constitución. Y entonces puso al país a hablar de esas propuestas –sin que en su gabinete y coalición del Congreso le copien o entiendan mucho–, pero al final no se traduce en hechos. En cambio, despierta debates acalorados en donde le enrostran al mandatario que en el pasado juró sobre mármol (literalmente) que no haría una Constituyente y que no buscaría reelegirse. El presidente se defiende en X (antes Twitter), su red social favorita, en la que tuitea desaforadamente –salvo un par de días recientes en los que su homólogo venezolano decidió atornillarse en el poder–.
Lo mismo sucedió hace algunas semanas cuando propuso en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas un fast track para implementar el Acuerdo de Paz y de paso otras “deudas históricas” en el país: “Un procedimiento de fast track nos llevaría a reducir los plazos del tiempo para cumplir con efectividad el Acuerdo de Paz firmado. Lo vamos a presentar a la sociedad colombiana y al Congreso, pero quisiéramos dejarlo aquí, refrendado ante ustedes”, dijo Petro, escoltado por su mano derecha (e izquierda), Laura Sarabia, que es quizás la jefe de gabinete más poderosa que ha tenido un presidente en la historia de Colombia. Y entonces para intentar implementar esa idea, trajo a un especialista en fast-track, Juan Fernando Cristo, como ministro del Interior. Aunque ni Cristo le copia mucho a la idea.
38 ministros han pasado por el gabinete en dos años
Desde el inicio de su mandato, Petro ha repetido que cuatro años son muy poco tiempo para implementar su programa y ha sentido la necesidad de presionar a sus equipos en ciertas coyunturas, por lo que se ha dado cuenta de que algunos colaboradores no le funcionan. En un primer momento, intentó hacer un gabinete plural en donde hubo ministros como Alejandro Gaviria (Educación), Cecilia López (Agricultura), José Antonio Ocampo (Hacienda) y Jorge Iván González (DNP), pero se fueron a los pocos meses y el presidente se empezó a rodear de los suyos. Sin embargo, tampoco ha sido suficiente.
Desde agosto de 2022, Petro ha tenido 38 ministros y 54 viceministros. Solo Susana Muhammad (Ambiente), Gloria Inés Ramírez (Trabajo) e Iván Velásquez (Defensa) han sido los ministros que han logrado sobrevivir a tanto remezón. Y Francia Márquez, que es vicepresidenta y ministra de Igualdad, pero no ha cumplido las expectativas. En parte porque ha sido opacada por un presidente tan protagonista como Petro y también por su falta de liderazgo: el MinIgualdad tuvo problemas en su diseño, según la Corte Constitucional y si no se corrige antes de 2026 se eliminará esa cartera que tiene cinco viceministerios. Márquez, además, ha quedado maniatada sobre la situación de violencia y el incremento de los grupos armados en su tierra, el Cauca, y otras partes del país.
¿Hacia dónde va la “paz total”?
Como hijo de un proceso de paz, Gustavo Petro reconoce la necesidad de acabar con la guerra. Un mal endógeno que permea todas las capas de una sociedad y produce efectos nefastos, empezando por la muerte de millones de vidas. Sin embargo, en su afán por querer impulsar su política de “paz total”, el Gobierno encarna el refrán de “el que mucho abarca, poco aprieta”. Después de dos años, hay serios retrasos en la implementación del Acuerdo de Paz que el Estado ya firmó con la extinta guerrilla de las Farc. Petro le atribuye la responsabilidad a que su antecesor, Iván Duque, “hizo trizas la paz” y que el Estado en su conjunto, no solo el Ejecutivo, tiene responsabilidad.
A la par, la mesa de negociaciones con el ELN avanza un paso y retrocede dos. Y las disidencias, divididas entre el EMC de Iván Mordisco y la Nueva Marquetalia de Iván Márquez, se disputan varios territorios con otros actores armados. Las disidencias de Mordisco, de hecho, tienen azotadas a varias zonas del país y hay otros grupos criminales, como el Clan del Golfo, con el que el Gobierno quiere dialogar. Ante un fenómeno de esa magnitud, un gobernante debería estar sintonizado con sus fuerzas militares. Pero con la “purga” de varios generales, más otras muestras de “desprecio” ante la Fuerza Pública, con un ministro como Velásquez sin mucha experiencia en seguridad, la estrategia parece no ir a ningún lugar. Entre las tropas el ánimo está por el suelo. Los actores armados la tienen más fácil para fortalecerse y reclutar jóvenes que viven en la pobreza.
Pobreza, empleo y economía
Una bandera en la que le va mejor al presidente Petro tiene que ver con la lucha contra la pobreza. Es un tema, según fuentes de Presidencia, que lo obsesiona y constantemente hace referencia a ello. En su visita reciente a los Juegos Olímpicos en París, el mandatario le concedió una entrevista al diario Le Monde, en donde se concentró en hablar en sus logros en esa materia: “El resultado es que, en solo un año, el año pasado, 2023, sacamos a 1 millón 600 mil personas de la pobreza y a 1 millón 120 mil personas de la pobreza extrema. Y bajamos lo que llaman el Coeficiente Gini, que es la desigualdad social (…) Lo hicimos, y dicen que qué mal Gobierno, que improvisamos, que somos malos, que no sabemos qué hacer. Pues sí sabemos qué hacer: sabemos acabar la pobreza a partir de volver a los pobres más ricos (sic)”, señaló.
A ese logro se suman otros como su apuesta por los caminos veredales en placa huella, es decir vías terciarias, para que sean construidas por la propia comunidad a través de juntas de acción comunal. Un modelo que es exitoso en México.
En economía, a grandes rasgos, no se hicieron realidad los peores pronósticos y según varios expertos consultados, hay indicadores macroeconómicos moderadamente positivos. En materia de empleo, para el mes de junio de 2024, la tasa de desocupación del total nacional fue 10,3%, lo que ronda en los porcentajes “habituales” de gobiernos pasados.
¿Qué esperar en los dos años que faltan?
Sin embargo, haciendo el balance sector por sector, que sería interminable, las expectativas con este Gobierno no se han cumplido. Es usual que cada vez que un escándalo sacude al presidente, entre la gente surja la pregunta: “¿Te arrepentiste de votar por Petro?”. Esto se traduce en que su popularidad se ha mantenido en niveles bajos y cada vez a los ciudadanos les preocupan más temas que los toca directamente (ver gráfico).
Para Carlos Prieto, abogado y profesor de ciencia política de la Universidad Javeriana, “este ha sido un Gobierno de luces y sombras, pero tal vez más de sombras debido al carácter personalista y en cierta medida autoritario que quiso imponer el presidente Petro. (…) las luces no son necesariamente del Gobierno sino del Estado en su conjunto: haber demostrado que las instituciones de la Constitución del 91 y la democracia son valores que la sociedad colombiana tiene en un alto estima (…)”.
En otra orilla, el analista y profesor Jorge Iván Cuervo asegura Petro ha sido un presidente que se ha jugado sus cartas en el terreno de lo simbólico: “este Gobierno ha puesto sobre la agenda una cantidad de temas que antes estaban relegados (…) en los próximos dos años no se pueden quedar en eso”.
En efecto, el presidente Petro tiene el reto de reducir la distancia entre el discurso y la práctica para ser recordado como un presidente que no solo lo intentó.