La soberanía no se negocia. Colombia debe alzar la voz unida y dejar atrás a los cipayos que prefieren la sumisión antes que la dignidad
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Si fuéramos una sociedad consciente e inteligente, reconoceríamos nuestra propia historia y en teoría hoy todos deberíamos rodear a nuestro presidente, en su denuncia sobre lo que sucede en el mar Caribe. Ante lo sucedido, deberíamos reaccionar con la fuerza que brinda la razón, la dignidad y el respeto por la soberanía, que en principio recae sobre todos y cada uno de nosotros. Con Colombia se comete una gran injusticia, más aún cuando se desconoce nuestra sempiterna lucha contra el narcotráfico donde Colombia históricamente ha puesto los muertos, mientras la contra parte no hace nada por frenar su voraz consumo. Es por lo anterior, que deduzco, que algunos (no todos) actúan como Cipayos.
Hemos conocido tradicionalmente la palabra “Lacayo” que significa persona servil, entregada y rastrera. Pero la palabra “Cipayo” va más allá; su contenido va asociado a la historia universal, por tanto, tiene más calidad argumentativa para describir a quien le recae el apelativo. La India, un país densamente poblado, estuvo bajo dominio británico por décadas. A principios de su emancipación de la corona británica, los ingleses, para preservar sus intereses coloniales dentro del territorio, contrataba unos soldados hindúes que luchaban en sus filas e iban en contra de su propio pueblo y peleaban a favor de quienes los oprimía. Eran una especie de mercenarios a quienes llamaban Cypayos. La palabra es de origen Persa y significa soldado.
Con los años la palabra mutó en significado y hoy aplica a quien traiciona su propia patria o entrega su fidelidad a quien lo oprime y denigra de su propio país.
Uno puede no querer a Gustavo Petro, está en su derecho, puede usted aborrecerlo gratuitamente como en muchos casos se evidencia, sin saber el porqué se odia o puede sentir una animadversión inducida e inoculada por unos medios de comunicación, que en sus noticieros destilan la dosis diaria del mortal veneno.
Igualmente, se puede rechazar a Petro y no gustar su forma de gobernar, se puede ser contrario a su ideología y, exponer sólidamente argumentos y explicar el porqué no nos gusta, se puede usted disgustar por su genuino gusto por los pobres y ancianos, sufrir de aporofobia y, a la vez, ir a misa, darse golpes de pecho o escuchar atentamente al pastor de su iglesia. Y a nosotros, los que no estamos de acuerdo con lo anterior, nos corresponde respetar el pensamiento contrario.
Puede usted señor “opositor”, detestar a Gustavo Petro con vehemencia por su inteligencia, por su elocuencia y usted sentir impotencia porque desconoce la historia que él domina a la perfección y usted responde a esa impotencia, con la rabia que la inteligencia le produce asociado a la incapacidad de no poder refutar de manera clara y conceptual; puede usted dar rienda suelta a su disonancia cognitiva, detestarlo y desear que muera. Lo que no se puede como pueblo es adoptar el rol de Cipayo. El cipayo cae en lo más profundo de lo indeseado, el cipayo es un apatrida y traidor a su patria. En últimas, lo que no debe hacer la mal llamada “oposición” es aliarse, consiente o ingenuamente con una oposición extranjera con mucho poder, que deliberadamente engaña y desinforma al crápula.
Con las debidas excepciones, lo que hace la clase política tradicional nos es otra cosa que ratificar su eterno papel de cipayo. Su traición al pueblo es el material del cual están hechos, es su ADN. Es insoslayable que la gobernanza paraca Colombiana no se cobije a la sombra del árbol que más sombra les genere. La cuerda pisada la tienen hace décadas y es la que impide hablar, permanecer callado y ser un obediente convidado de piedra ante las agresiones unilaterales. Es evidente que el “rabo de paja” no cabe en la ropa, de ahí la cipayada y la lamboneria. El oportunismo es su ley, la indignidad es el código de comportamiento.
¡Basta ya de ser cipayo!
Hay que despojarse de las rodilleras que tallan e históricamente se han llevado puestas. Parece que se desconociera deliberadamente lo que está en juego, y lo que está en juego es algo más sublime e inmaterial, que la codicia: es la soberanía que por principio recae en todos y cada uno de los Colombianos.
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