La caída de La Forty Nine, el burdel más famoso de Bogotá donde se pagaban cuentas de 30 millones en una sola noche

La caída de La Forty Nine, el burdel más famoso de Bogotá donde se pagaban cuentas de 30 millones en una sola noche

Durante 2 décadas fue sinónimo de lujo y excesos y hoy es un edificio vacío bajo la SAE porque su dueño Jairo Alarcón fue condenado por trata de mujeres

Durante más de dos décadas, en la esquina de la carrera 13 con calle 49, en Chapinero, funcionó uno de los centros nocturnos más comentados de Bogotá. La Forty Nine, como la conocían sus clientes, fue durante los años noventa y buena parte de los dos mil un epicentro de rumba para adultos, un lugar donde se mezclaban modelos, artistas, universitarias, turistas y personajes del mundo de la farándula y la política. Lo que empezó como un bar pequeño y oscuro terminó convertido en un edificio de cinco pisos con movimiento constante, hasta que las autoridades cerraron el negocio y lo dejaron en manos de la Sociedad de Activos Especiales.

El sitio operaba en una construcción antigua, cercana a la clínica Marly, y era conocido entre los habituales como una whiskería de lujo. Aunque funcionaba toda la semana, los viernes y los fines de semana alcanzaba sus mayores ingresos, con ventas que superaban los cuarenta millones de pesos por noche. Las trabajadoras sexuales podían llegar a ganar hasta diez millones mensuales, una cifra que la convirtió en un destino atractivo para mujeres jóvenes de distintas regiones del país.

A diario había entre 150 y 200 trabajadoras, casi todas entre los dieciocho y veinticuatro años. Por sus servicios cobraban desde 300.000 hasta un millón de pesos, dependiendo de la experiencia, la preferencia de los clientes y la hora. El edificio estaba organizado por niveles: los dos primeros eran para la rumba, con música, barras y mesas; el tercero se convertía en una zona social de lujo donde las mujeres atendían a los clientes; el cuarto tenía habitaciones sencillas; y el quinto estaba reservado para las suites presidenciales, dieciocho cuartos amplios destinados a encuentros más prolongados.

La Forty Nine tenía una entrada principal por la carrera 13 y dos salidas discretas por la calle 50 y la avenida Caracas. El edificio contaba con más de treinta cámaras de seguridad que solo eran monitoreadas por su dueño, Jairo Alarcón Santana, a quien las autoridades identificaban como alias Jota. En total, cincuenta personas trabajaban allí en oficios varios. El 30% de los clientes eran extranjeros; el resto llegaba desde diferentes ciudades del país. Para acceder a una habitación era necesario pagar sesenta mil pesos, además del valor de los servicios ofrecidos por cada trabajadora.

Los clientes solían preferir mujeres de regiones como Pereira, Cali y Medellín. Llegaban atraídos por el tipo de atención, la apariencia de las trabajadoras y la fama del lugar. Algunos pasaban jornadas completas en sus habitaciones y no era raro que los más adinerados gastaran treinta millones de pesos en una sola noche. Hacia 2013 una botella de whisky podía costar quinientos mil pesos, y algunas trabajadoras entraban hasta siete veces a un mismo cuarto en una sola noche.

La caída de La Forty Nine, el burdel más famoso de Bogotá donde se pagaban cuentas de 30 millones en una sola noche

Detrás de la Forty Nine estaba la historia de su dueño. Jairo Alarcón Santana había nacido en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, y durante su juventud trabajó en las fincas cafeteras de la región. En 1974 llegó a Bogotá buscando mejores oportunidades y terminó como portero en un pequeño bar nocturno llamado Nuevo Ali, ubicado exactamente donde luego funcionaría la whiskería. En ese entonces, el sitio era apenas una casa antigua con siete mesas. Con el tiempo pasó de portero a mesero y permaneció allí cerca de diez años.

Alarcón terminó tomando el lugar en arriendo y, después de varios años, logró comprar la propiedad por treinta millones de pesos. El negocio empezó a crecer rápido cuando decidió enfocarlo en entretenimiento para adultos, incorporando prostitución y otros servicios que atraían a más clientes. Durante los años noventa y dos mil, la Forty Nine alcanzó su momento de mayor auge y terminó convertida en uno de los burdeles más exclusivos de la ciudad.

La fama del sitio también estaba relacionada con lo que ocurría dentro de sus paredes. Según las autoridades, allí se movían drogas, se realizaban actividades relacionadas con trata de personas y se usaba el negocio para blanquear dinero. La combinación de altos ingresos y flujo constante de visitantes facilitaba que ese tipo de actividades pasaran inadvertidas durante años.

Las mujeres que trabajaban allí, en su mayoría jóvenes, debían cumplir ciertas condiciones establecidas por el negocio. Algunas tenían estudios universitarios o ejercían otras profesiones. Varias hablaban un segundo idioma para atender a turistas. Muchas vivían en el mismo edificio y contaban con espacios como gimnasio, peluquería y una boutique donde compraban la ropa necesaria para trabajar. La intención era mantenerlas dentro del lugar el mayor tiempo posible, en medio de una rutina que no les dejaba muchas alternativas para salir.

A pesar de la imagen de lujo que proyectaba el sitio, la Fiscalía y la Policía seguían de cerca sus operaciones. Con el tiempo descubrieron que varias de las mujeres habían llegado allí engañadas, incluidas menores de edad. La red habría reclutado víctimas en ciudades como Pereira y La Dorada, además de mujeres venezolanas. Usaban intermediarios, redes sociales e incluso relaciones afectivas para atraer a las jóvenes con ofertas de trabajo en Bogotá o en el exterior. Una vez en el lugar, no podían salir.

Las autoridades identificaron que la organización tenía presencia en otras propiedades de Alarcón, incluido un hotel en Santa Rosa de Cabal y una gallera en Chinauta. La investigación permitió demostrar que menores de edad habían sido llevadas a la whiskería contra su voluntad. Una de ellas fue vendida por su propia madre, y otra llegó desde Venezuela con la promesa de una vida mejor.

Forty NineForty Nine

Tras más de un año de investigación, la Fiscalía y la Policía lograron ingresar al lugar y rescatar a las menores. Siete personas fueron capturadas, entre ellas el dueño del establecimiento. La whiskería fue sellada, y posteriormente el edificio pasó a extinción de dominio.

Hoy, el famoso edificio de Chapinero pertenece a la Sociedad de Activos Especiales, que lo ofrece para nuevos usos comerciales o institucionales. Las instalaciones, hoy valuadas en unos seis mil millones de pesos, permanece vacías, muy distante de las noches en las que su nombre circulaba entre políticos, empresarios y turistas con dinero. La historia de la Forty Nine quedó como un capítulo complejo del pasado reciente de Bogotá, marcado por el esplendor, el dinero fácil y la caída inevitable de un negocio que terminó revelando todo aquello que por años pareció funcionar a puerta cerrada.

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