Nos criamos relacionando la idea del goce a la penetración y creyendo que alcanzar el orgasmo es el único objetivo de un encuentro sexual. Hoy, el feminismo también es la deconstrucción de esas ideas.
Era un viernes a la noche y con algunas de mis amigas habíamos decidido juntarnos en una casa. Para quienes no disfrutamos de los boliches, el rancho con amigas, comida y vino, es de planazo. Unos días atrás, había sido la marcha por la legalización del aborto -les hablo de hace al menos tres años- y estábamos con toda la manija acumulada; la euforia de una lucha que nos atravesaba cada vértebra, la ira y la decepción de la no escucha, el miedo a seguir muriendo y el comienzo de un empoderamiento que cada vez se nos tornaba más familiar.
Desde El banquete de Platón que cuando corre el vino pinta hablar de amores y sexo, temas que no pueden quedar fuera entre copas y amigas. Y tampoco puede faltar el feminismo. Ese día estábamos hambrientas y no hablo de pizza sino de conversación. Nos envalentonábamos la una a la otra cantando “aborto legal en el hospital”, aullidos y por qué no el himno nacional. De pronto, una de las chicas nos comenta que se sentía muy orgullosa de su mejor amiga porque “a pesar de que ella seguía siendo virgen, iba igual a las marchas”. (No me digan que esto no merece un meme)
Este comentario me llevó a preguntarme:
1- ¿Por qué hablamos de la sexualidad de un otro como si fuese asunto nuestro?
2- ¿Por qué seguimos asociando a la virginidad con la penetración?
3- ¿Qué tiene que ver no haber cogido con ir a las marchas?
4- Básicamente wtf.
Siempre me dio lástima que el sexo quedara limitado a un lugar estrictamente de penetración entre el hombre y la mujer porque en verdad, es mucho más. ¡Y tenemos que animarnos a que así lo sea! En lo personal, me urge cuestionarme la famosa pregunta que le hacemos a nuestros amigues cuando se ven con une chongue: “¿Y? ¿Cogieron?”. Casualmente, la semana pasada le pregunté eso a mi mejor amiga. Ella había salido con un chabón que le re copaba y, al terminar la cita, me mandó un audio contándome cómo le había ido. A lo que yo le pregunté: “¿Hubo sexo?” Y ella me respondió: “No, hubieron otras cosas, pero garche no”. En mi mente yo también estaba pensando estrictamente en “la penetración”. Pero su respuesta me hizo dar cuenta de que éramos dos taradas por pensar solo en eso. ¿Cuántas de nosotras hemos tenido relaciones sexuales sin sentir nada? ¿Cuántas de nosotras hemos llegado a esa situación porque nos resultaba más fácil “sacárnosla de encima” que decir que no queríamos? ¿Cuántas nos hemos preocupado más por el bienestar del chabón que por el nuestro? ¿Cuántas han sido penetradas antes de conocerse a sí mismas? Mi amiga, como feminista-sabia que es, no cogió porque no le pintó, pero sin embargo, ¡tuvo alta noche! Históricamente se asocia al sexo con la idea de reproducción y por consecuencia, crecimos pensando que había un solo modo de disfrute y que ese era la penetración. Que se cogía entre parejas o para conseguirla. Por eso hay tanto mambo con “perder la virginidad”, yo me pregunto: ¿Virgen de qué?
En aquella reunión, luego de ese comentario para nada interesante, esa misma chica miró a una de mis amigas y le preguntó: “¿Vos seguís siendo virgen?” (que alguien haga el meme ya). Recuerdo haberme incomodado mucho por la pregunta. En ese momento no tenía del todo claro por qué, pero algo me resultaba extraño; en otras palabras, no entendía qué le importaba a ella saber quiénes habían cogido y quiénes no. Mi amiga, con una inteligencia y elegancia que jamás olvidaré, le preguntó: “¿Y vos… seguís sin masturbarte?”
Ahí está la cuestión: ella no era para nada “virgen”. De hecho, todo lo contrario; conocía cada rincón de su cuerpo y sabía perfectamente qué le gustaba y qué no. Y lo más importante, no tenía miedo ni vergüenza de explorarlo y decirlo. Por el contrario, la otra chica subestimó todo esto por una ridícula obsesión con la penetración. Como si eso fuese algo así como el bautismo de nuestro ser sexual. “El Falo Santo” que da comienzo a nuestro ciclo erótico. ¡Pero por favor! Hay algunos conceptos que de tan viejos ya están oxidados y enmohecidos y estaría bueno poder soltar.
Según la RAE, virgen es “la persona que conserva su castidad y pureza y que la consagra a una divinidad”. Nos enseñaron que debíamos ofrecerle y entregarle nuestra “virginidad” a esa supuesta divinidad, llámesela patriarcado o sociedad y solo entonces podríamos comenzar nuestra vida sexual. Una vida que contempla más al falo que las necesidades y deseos personales, una vida que persigue la satisfacción masculina y condena a la femenina. Nos la pasamos hablando del orgasmo, ni que hablar del de personas con pene, que si acabaron o no acabaron, que si fue rápido o lento, hablamos y hablamos como si ese fuese el único objetivo de un encuentro sexual. Y, si bien todos queremos llegar a uno, muchas veces nos obnubila tanto su fantasma que olvidamos que hay un mundo por fuera de eso. Nos empecinamos con la idea de “conseguirlo” y es esa obsesión la que nos hace perdernos de lo más valioso: el disfrute.
Pienso que sería bueno cambiar “el mandato del orgasmo” por “el mandato del disfrute”, ¿qué sentido tiene el sexo si es sin goce? Por eso es importante reivindicar los sentidos del goce y no avergonzarnos de ello. Hace unos meses salió una serie nueva en Netflix que se llama Sexyfy. La historia va, dicho en pocas palabras, sobre un grupo de chicas que, para un proyecto de la facultad, realizan un algoritmo sobre los orgasmos femeninos. El decano de la universidad no quiere que lo exhiban porque le parece que no “representa” a la facultad porque es promiscuo, desubicado, etc. No fue hasta el capítulo final de la serie que sentí que valía la pena verla. Cuando están presentando el proyecto, les jueces las corren a las chicas con que “parece un chiste y no una investigación seria”, a lo que una de las chicas se le planta y le dice que lo que para él es una broma, para las personas con vulva es una necesidad real, que el sexo y el orgasmo son mucho más que lo que enseñan en biología y aún más que lo que la sociedad nos dice y nos hace creer. Natalia, la protagonista, da un hermoso discurso sobre por qué hizo la aplicación y me quedo con una frase hermosa y real: “tengo miedo de mis necesidades, de mi cuerpo. Tengo miedo de nombrar cosas que me atraen y emocionan”.
Cuando mi amiga le respondió lo de la masturbación, el desconcierto de la otra chica fue total. “Ay boluda, qué zarpada”. Su contestación para nada nos generó bronca, más bien angustia. Me entristeció que a alguien pueda parecerle “zarpado” o “guaso” hablar de la masturbación, pero más me entristeció que recién en ese momento pudiera darme cuenta de todo eso. Que recién ahora entienda de todo lo que me perdí por pensar que el goce era de un solo modo. Solo nosotras (y nosotros) sabemos lo que se siente mirar hacia atrás y darnos cuenta de que en verdad son pocas las veces que hemos disfrutado, mejor dicho, son pocas las veces que nos hemos disfrutado por habernos preocupado más de “hacer lo que se suponía que teníamos que hacer”. Eso duele y duele en lo más profundo de nuestras entrañas, en nuestra piel y en nuestros recuerdos, porque ese tiempo no nos lo devuelve nadie. Pero sí podemos reivindicar y resignificar el tiempo re-pensando qué es eso a lo que llamamos sexo.
La revolución feminista es también la revolución del goce y esa lucha implica perderle el miedo a la deconstrucción. Volver a pensar al sexo, al placer y al orgasmo, preguntar y re-preguntarnos qué es todo eso para nosotros. El feminismo nos permite dejar de juzgar a otros por su sexualidad, nos permite corrernos del binarismo de virginidades o no, del puta o santa, del trola o pura. El feminismo es la bandera que levantamos para ser personas, no “por” nuestras sexualidades sino a “pesar de”. Como dice Luciana Peker en “Putita Golosa”, ¡por un feminismo del goce!.
Zoe Hochbaum
@ZowyHochbaum