Hay estruendos de bala que mueren en silencio; otros retumban varios metros a la distancia, alcanzando los oídos de los vecinos. Pero algunos pocos rompen la barrera de las fronteras territoriales y superan kilómetros de lejanía. Así le ocurrió a Cristian Camilo Román Mejía.
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Su historia de muerte es de largos recorridos. Salió desde Boyacá hacia Cúcuta junto con otros dos hombres para acompañarlos a cerrar un negocio relacionado con la compra de unas motocicletas.
El lugar exacto de encuentro es desconocido, pero lo cierto es que nunca alcanzaron a llegar: en la avenida 2 con calle 8 del barrio Aeropuerto los alcanzó la violencia.
Criminales en moto interceptaron la camioneta blanca en la que se transportaban y los intimidaron con armas de fuego para despojarlos de sus pertenencias. Según se conoció, les robaron cerca de 9 millones de pesos en efectivo y varias prendas de oro.
Pero eso no fue suficiente. Los bandidos abrieron fuego y lesionaron a dos de ellos: Camilo y Santiago Paternina. El tercero, conocido como Milton Andrés, resultó ileso.
Mientras los criminales huían, los heridos fueron auxiliados y trasladados a un centro asistencial. Sus estados de salud eran opuestos: mientras las lesiones de Santiago no revestían gravedad, la vida de Milo, como era conocido Camilo, estaba en peligro.
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Tras un día de intensa batalla por sobrevivir, finalmente, el pasado viernes, 14 de noviembre, el luto se impuso y su luz se apagó definitivamente a los 40 años. Una noticia que rompió corazones en Boyacá.
Desde allí, sus familiares viajaron a la capital nortesantandereana para acompañarlo en sus últimos momentos y adelantar el reclamo del cuerpo y los trámites fúnebres para trasladarlo hasta Quindío, específicamente al municipio de Montenegro, de donde era oriundo.
Sus allegados expresaron sus condolencias desde la distancia a través de redes sociales, donde lamentaron los planes inconclusos: desde compartir una cerveza o un café, hasta cosas tan simples como volver a verse.
Entre los mensajes destacó uno especialmente doloroso: “¿Quién iba a pensar que ibas a perder la vida por allá lejos, papito? Y tanto que te dije que no fueras por allá”, escribió un ser querido cuya advertencia no fue escuchada.
El caso quedó en manos de las autoridades, que investigan con apoyo de testimonios y cámaras de seguridad para dar con el paradero de los responsables.
Milo era muy querido en Duitama, Boyacá. Su carácter servicial y su amistad incondicional le ganaron el cariño de decenas de amigos que con el tiempo se convirtieron en su segunda familia.
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“Él era un hombre muy alegre. Aquí dejó muchos amigos en Duitama; le teníamos mucho aprecio. Todos lo vamos a recordar como una gran persona que tristemente nos arrebató la violencia”, contó a este medio uno de sus allegados.
Hoy su familia también llora su partida, especialmente su mamá, sus hermanos y sus dos hijas, quienes quedaron huérfanas de padre por un nuevo episodio de violencia.
El hecho guarda similitudes con el asesinato de Jersey Alexander Quintero Afanador, hijo adoptivo de Norte de Santander y suboficial del Ejército Nacional, quien había viajado a Bogotá para comprar un carro. Allí fue interceptado, secuestrado, robado y asesinado por criminales que le quitaron sus pertenencias, incluidos 10 millones de pesos, antes de abandonar su cuerpo, hallado hace pocas horas.
El cuerpo de Jersey fue trasladado a Norte de Santander —donde había encontrado el amor y formado una familia— para ser sepultado en el municipio de Los Patios.
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